viernes, septiembre 08, 2006

Good bye, blue sky


Aquel día al levantarme, me sentí tan irremediablemente solo, que comprendí que necesitaba algo de compañía. Entre las varias opciones, decidí tirar por la calle de enmedio, así que me decliné por adquirir una mascota.
Estuve varios días meditabundo, intentando asegurar la mejor elección, y de repente la solución va y se me aparece nítida y díafana junto a la materia gris. Un gallo de Portugal.
El gallo de Portugal, como su propio nombre indica, es una especie autóctona de dicho país, con lo cual tuve que hacer un pequeño viaje hasta aquella tierra, donde tuviera lugar tiempo atrás la célebre revolución de los claveles.
Se trata de una especie fascinante éste tipo de gallo, pues tiene la facultad de cambiar de color hacia tonos más oscuros o claros, dependiendo del estado de la meteorología, y además conserva todas sus propiedades como gallo propiamente dicho. Se dice que en Portugal hay tal devoción hacia estos animales, que el apartado del tiempo en los telediarios es exclusivamente para ellos; la pantalla enfoca al gallo y ya está.
Aprovechando el viaje, aparte de un precioso gallo, me traje algunos productos típicos de allí, es decir: una camiseta con la leyenda Portugal mola, una botella de Oporto y un fado.
Al principio, mi relación con el gallo iba perfecta; yo le daba los buenos días y él me indicaba a través de sus colores el tiempo con tremenda precisión. Era increíble.
Y así fue durante varias semanas, hasta que empecé a percibir un cambio gradual en su comportamiento, y es que su capacidad de meteorólogo estaba fallando. Sus colores no se correspondían con el tiempo. En un primer momento pensé, que quizá el gallo realmente lo que recogía en sus colores era el tiempo de Portugal y no el de aquí, y que si había acertado con tanta exactitud hasta el momento, se había debido a una mera casualidad, a una graciosa coincidencia entre el tiempo de Portugal y el de mi ciudad. Pero estaba equivocado.
Mi gallo, lejos de recuperar su tono habitual, estaba cada vez peor, mostrando colores cada vez más oscuros e intensos, así que no tuve más remedio que hacer algo. Lo llevé a un psicólogo especialista en animales. Le expliqué el caso, examinó al ave durante una hora y el diagnóstico fue rotundo: su gallo está deprimido. Le recetó prozac y xanax.
El tratamiento, lejos de funcionar bien, empeoró la situación. Mi gallo cada vez adquiría unas tonalidades más extrañas y barrocas, unas gamas y tinturas totalmente indescriptibles, llenas en su significado de angustia, espanto y truculencia. Horror en estado puro.
Cierto día, ya entre despreocupado e impotente por el estado de mi mascota, decidí descorchar aquella botella de Oporto que conservaba de mi viaje, mientras escuchaba con atención el hermoso fado que hasta entonces tampoco le había dado uso. Y entonces, en medio de aquel ambiente luso, contemplé asombrado como entre Oporto y fado, una lágrima cristalina se despeñaba por una de las mejillas de mi cariacontecido compañero. Entonces lo comprendí todo.
Nuevo viaje rumbo al país vecino, era lo que debía hacer, y así fue como días después despedí entre llantos a mi nostálgico amigo, entre los azules límpidos tan propios de la costa del Aveiro.

3 comentarios:

Kry dijo...

Triste, por supuesto...pero ves? Vas a Portugal, compras toallas como todo el mundo, y no pasas el mal trago, hombre...

Diógenes dijo...

Las toallas no cambian de color.

Diógenes

Anónimo dijo...

Por fa dime como funciona el gallo... tengo uno pero necesito su nombre y la explicacion a ese fenomeno... jeje... gracias...
Jess